Malleus Maleficarum
En la oscuridad, a la sombra de la torre de la iglesia, un cuerpo negro se mueve. Los perros ladran como si tuvieran un lamento, un lamento desgarrador, un dolor profundo y amargo que sale de sus almas. La noche, fría y amarga, triste y opaca anuncia la llegada del mal, del señor de los abismos y la oscuridad eterna.
Camina por la plaza, sus sordos pasos retumban en los alrededores, viste de negro y tiene un sombrero enorme; solo se pueden ver sus rojos ojos como llamas flameantes al viento mientras observa. Siento pasos veloces pero torpes desde atrás de los árboles de la plaza, es un alma que corre desesperada buscando refugio, sus pies parecen llevados por el viento, su ropa se riza como el agua del río y por su frente corre un sudor frío, frío como la muerte, como la muerte que le llama, desesperada y sedienta por su sangre. No alcanza a atravesar la plaza... la siniestra sombra la ha visto. Los perros se han callado y un viento helado recorre las calles y callejones de la villa en tinieblas. Un caballo negro como la noche se acerca desde la densa niebla que sale del río y en él ha montado aquel ser maligno y oscuro, cruel y siniestro con sed de sangre. El alma sabe lo que pasa, con desesperación y algo de llanto, corre hacia el bosque. El jinete negro, de ojos de fuego le sigue; los cascos de su caballo convierten el polvoriento camino en llamas y cenizas. El aire huele a muerte. El alma corre con desespero, se tropieza enredándose en sus vestiduras rasgadas y su piel, fría y manchada de sangre, demuestra la crudeza de tan fiera cacería. En la mitad del bosque, el jinete, alcanza a su víctima y sin bajar de su caballo desenfunda su espada que refleja la luna y de un certero y tajante golpe, raja la cabeza de su desesperada víctima. El alma, mal herida y tendida en el suelo, ve como su vida se derrama desde la parte más alta de su cabeza. La sangre, todavía tibia resbala por sus mejillas y se confunde con sus lágrimas de dolor y profunda tristeza. El jinete baja de su caballo, desenfunda su daga adornada por cráneos, serpientes y espinas y se abalanza sobre su agonizante víctima. La sed de sangre se ve en sus brillantes ojos rojos y sin dudar un solo instante, abre el pecho del alma y le apuñala el corazón.
Desde las estrellas solitarias, más allá del borde del universo y desde las entrañas de la tierra escucho un bello canto, es la llamada de otro mundo, viene desde Sothis, son los coros de Oblivion. Es hora de preparar el polvo y las cenizas porque el día se acerca, lo siento cuando miro el cielo que se distorsiona con mis lágrimas ahora rojisas y espesas, lo siento en las entrañas de la tierra. Polvo y cenizas.
Voy a entrar en lo infinito, voy a responder ese canto, tomando la medida justa y esperando partir al encuentro con los mios, donde el cielo para mí brillará otra vez antes de caer en el borde del universo, de caer a la oscuridad perpetua.
Astarot me susurra al odio... el Lucero del Alba te está esperando. Oye al cielo cantar... las trompetas suenan ya, la batalla se dibuja en los cielos y en las nubes negras brillan lustrosas tormentas.
Es domingo, ya nadie quiere recordar aquella noche fría y amarga en la que los perros, con desgarradores lamentos anunciaban el acecho del abismo. Todos en el pueblo departen en la pequeña plaza, la misma que hacia dos noches fue testigo de la más cruel cacería. Y allí estan, como lo hacen desde siempre luego de la misa de doce, todos hablan, pero no de ello, tienen miedo, un miedo que les hiela hasta los huesos, un miedo que les corta el aliento y que los pone a sudar frío con tan solo pensar en el suceso, nadie quiere recordar al alma, ese pobre ser miserable y desdichado que aquella noche se convirtió en víctima de la indiferencia de todo un pueblo, indiferencia igual a la de la bestia incontenible que le arrancó los sueños. Nadie hablaba del tema, pero saben que la bestia esta latente, esperando, tras las sombras de alguna oscura noche por una nueva víctima. Son las tres en la torre de la iglesia, el cielo se oscurece nuevamente, los buitres, que esperan las sobras que deja a su paso el domingo en la plaza volaron a las colinas, espantados, como si temieran por sus vidas. Pronto un viento helado corre por la plaza levantando los toldos y canastas de los vendedores en la plaza, obligando a los aldeanos a ocultarse en sus casas, están tañendo las campanas y todo el mundo huye. Una figura se deja ver a lo lejos, viene del bosque. Las mujeres, toman sus rosarios y de rodillas rezan mirando al cielo. Los hombres, se quitan sus sombreros y se miran entre si buscando tal vez por donde es mejor salir corriendo. Da igual, sobre las frentes de los hombres y mujeres que todavía se encuentran en la plaza corre un sudor frío, frío como la noche que tratan dejar en el olvido, frío como el cuerpo del alma que ven frente a sus ojos, que ha vuelto, consumido y desolado por las fieras fauces del señor del infierno.
Daff Schneydher. Agosto, 2007
Father & Daughter
Este corto lo encontré por casualidad y en verdad agradezco a la casualidad porque me encontré con algo sencillo y hermoso. Dirigido por Michael Dudok de Wit, director y animador de Disney, utiliza técnicas orientales de dibujo para sus cortos, particularmente tinta china y acuarela sobre papel.
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