jueves, 31 de mayo de 2007

¿De qué hablamos cuando hablamos de ternura?

¿Qué es ternura? ¿Qué despierta ternura? ¿Cuál es la mirada del hombre tierno? ¿Cuál es la ternura de Joseph Roth? ¿Y la de Felisberto Hernández? ¿Cuál la mía?

Ternura es, ante todo, literalmente, un asunto de consistencia y textura: carne tierna, hojas tiernas. Ternura es ofrecerse amablemente a la masticación, a la deglución, es decir, dejarse diluir sin resistencia en el Otro. Y en efecto, la piel rozagante, tersa, mullida de un bebé despierta la "idea" de ternura en un sentido fágico: dan ganas de comerlo. Los muchos besos que uno es capaz de esparcir todo a lo largo y ancho de sus mejillas y su cuerpecito son como un paladeo, algo semejante al manjar que asciende hacia la boca, que se anuncia en su aroma y su aspecto pero que, propiamente, sólo colma y se ofrece al haber ingresado en la boca, alquimia de lo Otro en uno mismo. Sólo aquí la ternura se ofrece como tal, se deja saber.

Pero en un sentido menos literal: ¿qué es ternura? El mundo físico la enseña como un asunto de textura y consistencia en su ofrecerse. ¿Cuándo es el otro tierno? ¿Cuándo lo es uno mismo? Se diría que el otro es tierno cuando se ofrece a uno sin resistencia, blandamente. El bebé es un caso de ternura ejemplar, justo porque todavía no ha desarrollado demasiadas durezas o resistencias; su piel y sus gestos expresan este hecho a un mismo tiempo. Pareciera, pues, que la ternura tiene que ver con una blandura. Pero tiene que ver también con una ocasión: la de ofrecerse al otro y la pregunta es ofrecerse a qué o a quién.

En la versión más cruda, se trata de ofrecerse a ser comido por el otro. Los hombres a menudo nos pavoneamos de cog/mernos a esta o aquella mujer, sin reparar en que somos nosotros los que entramos en otro (otra), es decir, que son ellas las de los cuatro labios y nosotros los que nos disolvemos dentro, como el bocado en la boca.
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En nosotros los hombres, al menos en muchos de nosotros, hay una esencial entrega hacia la mujer, cuyo rasgo eminente es la figuración masculina de gloria amorosa: dar aun la vida misma por ella; disolverse en el lecho del mundo por permanecer en el otro-mujer, en la mujer amada, en su memoria. "The Dead", el cuento de Joyce (Dubliners), habla precisamente de este gesto épico.

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Gabriel Schutz

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